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Como con cualquier evento inesperado que marca un cambio drástico en nuestras vidas, todos recordamos cuándo y dónde entendimos que la pandemia del COVID-19 (entonces llamado simplemente “el coronavirus”) era algo que tendríamos que tomar en serio. En distintos días de mediados de marzo del año pasado, las oficinas mandaron a sus trabajadores a casa, los supermercados implementaron distintas medidas de sanidad, los bares, antros, restaurantes y demás espacios de recreación cerraron sus puertas indefinidamente y los habitantes de la Ciudad de México comenzamos un periodo incierto de cuarentena.
La idea era sencilla: quedarnos en casa para evitar contagiarnos de y propagar el novedoso virus que para entonces circulaba en casi todos los rincones del mundo. Durante distintas etapas del 2020, observamos las jacarandas florecer desde las ventanas de nuestros departamentos, apoyamos a distancia a los establecimientos locales que extrañábamos, aprendimos a hornear pan de plátano, nos acostumbramos a ver a nuestros colegas y seres queridos sólo a través de pantallas y cosas que antes rara vez utilizamos — como los cubrebocas o el gel antibacterial — se volvieron indispensables para la vida cotidiana.
Mucho ha cambiado en un año y muchos aspectos de la llamada “nueva normalidad” siguen vigentes, a pesar de las ganas que todos tenemos de volver a viajar sin preocupaciones, ir a un concierto o quedarnos hasta tarde en nuestro restaurante o bar favorito. A un año de la pandemia, nos preguntamos ¿qué lecciones nos ha dejado, y qué aspectos de la nueva normalidad valdría la pena mantener aún después de la contingencia? Como amantes de la ciudad, podemos decir que este año ha servido para que reflexionemos sobre la vida urbana. Por ejemplo:
El enorme valor del espacio público

¿Cuántos picnics o caminatas por el parque hemos hecho desde marzo del 2020? Si bien los espacios al aire libre que ofrece la Ciudad de México siempre han sido una parte esencial de la experiencia de la ciudad, quizás nunca se habían llenado tanto de personas tan diversas como en el último año. El primer paso para que las autoridades gubernamentales valoren el espacio público es que la sociedad misma lo haga, y así exija que se le asigne el presupuesto y las protecciones necesarias.
La ciudad para la gente, no los coches

Algo positivo que resultó de la pandemia fueron las pequeñas islas de comensales que crearon los distintos restaurantes de la ciudad en donde antes habían espacios de estacionamiento para coches. Al agregar plantas como barreras naturales, la calle comenzó a sentirse más viva, demostrando que restarle prioridad al coche en las políticas urbanas que se trazan no sólo es posible, sino deseable.
El beneficio de lo local y lo autoproducido

La importancia de apoyar a la comunidad nunca se ha sentido tan fuerte como en el último año, cuando los comercios y marcas locales que formaban parte de nuestras vidas se vieron en riesgo de cerrar permanentemente. Las ciudades son organismos vivos, y su resiliencia depende de la capacidad que tienen sus integrantes de crear conexiones entre ellos — con el café de la esquina, el abarrote, la tienda de ropa y demás. Nos dimos cuenta de qué tan conectados estamos el uno del otro, y esperamos que eso sea algo que recordemos de ahora en adelante.
Por otro lado, estando en casa tanto tiempo, se volvió aparente lo valioso que es el tiempo en el exterior, y muchos aprovecharon para comenzar su propio huerto urbano y así tener una actividad relajante y productiva. (Si aún no has comenzado a cultivar tu propio alimento, ¡aquí puedes aprender más sobre la práctica!)