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La pandemia ocasionada por el esparcimiento del COVID-19 cambió abruptamente los estilos de vida de casi todo el mundo en la primavera del 2020. Con el cierre de oficinas, restaurantes, bares, museos y hasta espacios públicos (durante los primeros meses de confinamiento, se llegaron a instalar cintas amarillas y rojas entre los árboles que ofrecen el paso a algunos parques de la Ciudad de México), no quedaron muchas opciones más que resguardarnos en nuestros hogares. Así, vino y se fue la temporada de las jacarandas, sin nadie que caminara sobre las banquetas pintadas de pétalos morados que distinguen a la ciudad todos los años.
Aunque la medida fue necesaria, la inquietud sobre la supervivencia de los pequeños y medianos negocios — que también caracterizan a la ciudad — pronto se volvió imposible de ignorar. ¿Cuánto tiempo puede pasar en cuarentena una ciudad sin ocasionar daño irreversible a su comercio local? Con el paso de los meses, la comunidad científica logró un mayor entendimiento del virus, y los protocolos de seguridad se aligeraron. Se estableció, por ejemplo, que algunos restaurantes podrían operar con menor capacidad en sus interiores.
En respuesta a la abrumadora demanda, ciudades alrededor del mundo optaron por crear parklets — donde se encontraban lugares de estacionamiento, ahora brotan pequeños espacios improvisados para comer y tomar al aire libre. La idea es extremadamente sencilla (y en ocasiones hasta rudimentaria), pero estos espejismos urbanos no sólo representan un compromiso entre la vida pre-COVID y el distanciamiento social, sino que implantan en nuestras calles una posibilidad que hace poco se consideraba inaudita: Dar prioridad al humano por encima del coche.

En Liverpool, el proyecto “Liverpool Without Walls” surgió del proyecto del 2017 titulado FitzPark y diseñado por el despacho de ingeniería Arup. Con unas cuantas modificaciones, los parques pop-up se emplearon alrededor de la ciudad para brindar más metros cuadrados operables a los restaurantes de la ciudad. En San Francisco, el antiguo programa de parklets cobró más importancia durante la pandemia, pasando de ser espacios públicos con bancas y estacionamientos para bicicletas a pequeñas extensiones de restaurantes y tiendas. Actualmente, cualquiera puede aplicar para un permiso de construir un parklet.
En la Ciudad de México, se han comenzado a ver parklets en colonias como la Condesa, Roma, Juárez y más. Por ahora es una medida temporal; un experimento en tiempos del distanciamiento social. Pero la pandemia está lejos de ser cosa del pasado, y quizás estos espacios demuestren tener un valor más allá de evitar contagios. Se ha comprobado que los ciudadanos de las ciudades que dan prioridad a sus peatones disfrutan de mayor calidad de vida. En muchas formas, los coches también son una epidemia urbana — contaminan, nos secuestran en tráfico, promueven formas insostenibles de hacer ciudad. Los parklets, entonces, son una pequeña manera de desafiar su ubicuidad.
