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Siempre me ha parecido asombroso caminar por la calle y mirar un edificio desde mi pequeña dimensión humana; me lleno de admiración ante lo inmenso, lo aparentemente eterno. Causa una especie de vértigo invertido, aunque supongo que los citadinos estamos tan habituados a este milagro que lo hemos integrado a nuestra cotidianidad.

Ante este asombro, algunos quizás se preguntan quién fue el arquitecto que logró imaginarse esa mole en papel o revisan en Internet la historia del inmueble o, si son como yo, averiguan el nombre de la desarrolladora a cargo del proyecto. Pero casi nadie pensamos en los hombres que hemos visto tantas veces enfilados para entrar a una construcción, ¿quiénes son, al final de cuentas, los que construyen? 

No es casualidad que a los trabajadores se les llame mano de obra, pues, a pesar de los avances de la tecnología, la construcción sigue siendo y será siempre un trabajo hecho a mano, una artesanía a múltiples caras. Y más seguido que no, son ellos los primeros a quienes olvidamos admirar y aplaudir. 

Por esto visité a los trabajadores de la obra del Edificio Dondé sobre Avenida Bucareli, un proyecto de Reurbano, con la intención de platicar con algunos de ellos para conocer un poco más sobre ellos.

Crédito: Gerardo Sandoval

Al llegar me recibió Araceli Fuentes, la coordinadora de seguridad de obra, con quien hice un breve tour por las instalaciones. Le causó gracia lo impresionada que quedé con el tamaño de la obra, “¿cómo? Si está es de las chicas”. Me explicó los avances y dinámica del día a día, donde se están levantando dos torres cada una a cargo de una constructora distinta. Le pedí que me compartiera su experiencia trabajando en esta obra con más de cien trabajadores: “Es difícil, cuando llegas a un mundo de hombres tienes que darte tu lugar. Pero a la vez es bueno ser la única mujer, todos te consienten, todos te admiran. Como me la paso regañandolos de que se pongan el cubrebocas y el casco ya me dicen mamá, y ellos son mis hijos.”  

La obra en construcción parece un cuerpo donde cada órgano opera de manera independiente en apariencia, pero cumple una función esencial sin la cual el edificio moriría. No hay parte pequeña y los distintos grupos en acción – eléctricos, plomeros, herreros, carpinteros, instalaciones, seguridad, bomberos – son la imagen misma del trabajo en equipo y de la camaradería. 

José Julián me platicó algunos de los problemas que ha vivido en sus 8 años cómo obrero: desde la dificultad de estar lejos de su familia, hasta las penurias económicas causadas porque ciertas constructoras les retrasan el pago a capricho, en ocasiones ni les pagan. Algunas incluso se atreven a contratarlos a través de empresas fantasma, así cuando no reciben el dinero y se organizan para hacer una demanda resulta que la contratista no existe. Aunque, y en este punto fue muy insistente, cualquier mal se alivia con la convivencia de los compañeros: “Es que muchos dicen es cómo tu familia, y no, somos familia, tal cual, compartimos todo”.

Y no es el único que se siente así. A Miguel Ángel López (carpintería, 4 años de experiencia) lo que más le gusta es la convivencia con los compañeros echando taquitos de carne asada. No cambiaría nada: “En serio uno se quita el taco de la boca para darle al compañero. Cualquier problema siempre puedes contar con el equipo.” 

Alejandro Reyes (armar columnas, muros, losa: el esqueleto, 5 años de experiencia) en principio pareció irritado de que lo interrumpiera para “platicar” y más tarde entendí por qué. Cuando le pregunté qué es lo que más disfruta de su trabajo contestó inmediatamente: “Lo que me gusta es ser el mejor.” Y en cambio, sobre lo que menos disfruta su respuesta tuvo un giro optimista: “Pues los accidentes que suceden, principalmente cuando eres aprendiz, pero día a día vas aprendiendo de tus errores y eso es lo que te vuelve un profesional”. Es imposible generalizar tantas personalidades, voces, miradas distintas, – porque sus caras no pude verlas a través del tapabocas – pero me atrevo a afirmar que comparten las ganas de trabajar, un gusto genuino por su trabajo y un cariño honesto por sus compañeros. Todos aseguraron disfrutar con el trabajo pesado – “entre más pesado mejor” dijo Jesús Iván, cabo de plomeros – con el reto de las actividades diarias. Solamente se quejaron, si es que se puede usar una palabra tan tajante, de estar lejos de sus familias y de los pagos atrasados y en ocasiones disminuidos por culpa de la pandemia, aunque resaltaron que este no es el caso de la obra en Edificio Dondé.

Crédito: Gerardo Sandoval

Adrián Mauricio (topógrafo, 13 años de experiencia) disfruta de su trabajo, le gusta el trato con la gente, hacer amistades, superarse y seguir aprendiendo. “Uno busca la estabilidad, obras de uno o dos años, aunque eso implique alejarse de la familia. Yo soy de fuera, mi esposa e hijos están en Minatitlán, Veracruz. Cuando son obras más lejos a veces paso medio año sin ver a mi familia.” Me platica que la mayoría de los trabajadores no son de aquí, vienen de Chiapas, del Estado de México, de Veracruz, de cualquier lugar. Hay que ir donde esté el trabajo y por eso ahora todos están aquí. 

Miguel Ángel Montes, Roger y Gerardo García están muy agradecidos de que han tenido chamba durante toda la pandemia, aunque se sienten bajoneados por los compañeros que no encuentran nada. Sobre qué ha cambiado con el Covid-19 hablan del gel, de lavarse las manos y medirse la temperatura para ingresar a las instalaciones. Hacen hincapié en la incomodidad del cubrebocas “de por si el trabajo es polvoso y sudoroso”, es difícil no tallarse los ojos y tener la cara cubierta. Aunque, curiosamente, yo quedé en deuda con esos molestísimos tapabocas porque nos permitieron sostener conversaciones breves en las que no nos quedó de otra más que mirarnos a los ojos, y con esto, tener una conexión personal veloz.

Hasta hoy, Edificio Dondé ha corrido con suerte, no ha habido casos positivos; el equipo está atento a los protocolos de seguridad para mantenerse sanos y para evitar a toda costa que les paren la obra. 

Cuando los trabajadores llevan ocho, doce, dieciséis meses trabajando en una obra y han visto un edificio levantarse donde antes no había nada, ¿qué sienten cuando se aproxima el final? Alejandro siente orgullo de lo que lograron juntos, Araceli melancolía porque su gente empieza a irse poco a poco, Miguel Ángel preocupación porque ha llegado la hora de ponerse a buscar chamba tras meses de estabilidad, Jesús Iván la satisfacción de un trabajo bien hecho, José júbilo de volver a ver a su familia y al mismo tiempo, nervios de encontrar jale cuanto antes. Adrián Mauricio lo resumió: “Me gusta porque es algo que se queda, y mis hijos pueden ver las obras en las que trabajé y sentir orgullo. Esta es la huella que dejó en el mundo.”