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Artículo creado por:

Karina Zatarain

Para 1950, la población de la ciudad de Detroit, en Michigan, Estados Unidos, había superado un millón y medio, convirtiéndola en la cuarta ciudad más grande del país. En este tiempo, la acelerada expansión de la industria automotriz estadounidense – liderada por Ford, General Motors y Chrysler – atrajo a cientos de miles de personas en búsqueda de oportunidades profesionales, pero el declive de esta tierra de prosperidad llegó tan pronto como su auge. 

A mediados del siglo XX, Estados Unidos enfrentaba graves problemas sociales. Aún tras la abolición de la esclavitud, la segregación racial persistió y, en Detroit, se volvió motivo de disputas laborales. Para separar a blancos y negros, las empresas automotrices crearon más fábricas de lo que era necesario, esparciendo así las oportunidades. Cuando comenzaron a implementar procesos de automatización, se perdieron decenas de miles de trabajos. 

La crisis energética de los setentas y la recesión económica de los ochentas contribuyeron al debilitamiento de la industria y, por consecuencia, de la ciudad. Finalmente, la fuerza que cobró la competencia extranjera a finales del siglo fue, como dicen, “la gota que derramó el vaso.”

¿Cuál fue el error de Detroit? ¿Qué pueden aprender otras ciudades de su historia? Los urbanistas que han estudiado el caso concuerdan que su mayor error fue que nunca se diversificó. Aunque sin duda otras ciudades han experimentado auges similares, ninguna en Estados Unidos se ha mantenido tan dependiente de una sola industria. Quizás se puede atribuir al optimismo que caracterizó a la década pos–Segunda Guerra Mundial de los 50s. Quizás, especula Kevin Boyle, un historiador oriundo de Detroit que ha estudiado extensivamente su ciudad natal, les estaba yendo tan bien, que las autoridades no veían motivos para hacer nada distinto. 

Otro de los mayores problemas que ha acechado a Detroit desde sus comienzos ha sido la falta de un transporte público accesible y bien planeado. Debido a que su auge giró en torno a los automóviles, nunca se vió motivo para invertir grandes cantidades en infraestructura para transporte colectivo. Esto no sólo afectó a las clases bajas – quienes hasta la fecha batallan para transitar libremente por la ciudad– sino que disminuyó el ya limitado contacto entre razas, demorando el avance social y exacerbando las tensiones entre blancos y negros. Se ha comprobado que el sentido de comunidad mejora la calidad de vida de los ciudadanos de un lugar, y en Detroit, la ineficiencia del transporte público ha impedido la creación de estos lazos importantes. 

Hoy en día, los residentes de Detroit que quedan siguen luchando por mejorar su ciudad. Durante el nuevo milenio, se creó una comunidad de artistas locales y foráneos que optaron por establecerse en la ciudad. Junto con urbanistas, historiadores y las comunidades que llevan generaciones viviendo en la ciudad, han organizado eventos comunitarios que buscan identificar las raíces de los problemas que enfrentan y proponer distintas soluciones. Aunque no será fácil, la historia nos ha enseñado que la acción colectiva y la presión social hacia autoridades es la única manera de generar cambios positivos. Para otras ciudades alrededor del mundo, es importante entender lo que sucedió y observar lo que sucede en Detroit, tomándolo tanto como advertencia y ejemplo.