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Es común escuchar a quienes se dedican a estudiar las ciudades describirlas como una especie de palimpsesto — un paisaje urbano lleno de avenidas, edificios y espacios públicos en los que podemos encontrar trazos de su pasado. Preservar los rastros y vestigios de una ciudad es un ejercicio en servicio de mucho más que la simple nostalgia. Desde los comienzos de la humanidad, hemos entendido que conocer nuestra historia, contarla una y otra vez, pasarla de generación en generación, le da sentido a nuestra existencia. Nos ancla en nuestra vida y nuestro presente, y nos permite ver hacia el futuro con esperanza. No es casualidad que las ciudades más bellas del mundo son aquellas que se han esforzado por preservar sus edificaciones patrimoniales, en donde sus habitantes conviven constantemente con sus antepasados.
La colonia Escandón de la Ciudad de México ha tenido muchas vidas. En la época porfiriana, fue el hogar de los primeros grandes burgueses del país, perteneciendo en ese entonces a la familia Escandón. Tras la Revolución, comenzó a desarrollarse más, y en ella se construyó el primer fraccionamiento de la capital mexicana, donde vivieron destacados pensadores, militares revolucionarios de alto rango, empresarios y políticos. Debido a su privilegiada ubicación céntrica, la Escandón estuvo en la mira de desarrolladores inmobiliarios, quienes hacia la década de 1970 veían en sus amplias mansiones potencial para construir torres de departamentos, y en ocasiones lamentables, lo lograron. Aún así, la colonia ha logrado mantener su encanto.

Las grandes metrópolis del mundo se vuelven cada vez más homogéneas al ser invadidas por las cadenas multinacionales que se multiplican en cada rincón de cada ciudad. Al contar con las mismas cadenas de café, ropa o comida, las ciudades pierden sus esencias, y las comunidades que las habitan pierden la oportunidad de generar propuestas diversas. A diferencia de otras zonas de la ciudad, repletas de comercios que se encuentran en cualquier otra gran metrópolis del mundo (McDonald’s, Starbucks, WalMart, y demás), la Escandón resalta por su vibrante cultura de comercio local. Sus habitantes conocen por nombre a quien le compran frutas y verduras, saludan a sus vecinos en la calle, y tienen cerca de casa algunos de sus restaurantes y cantinas favoritas. Se podría decir que vivir en la Escandón te da lo mejor de dos mundos: acceso fácil a todo lo que ofrece una gran ciudad, así como los beneficios de sentirte parte de una comunidad pequeña y unida.
Por otro lado, la zona se encuentra en una especie de renacimiento — escritores, arquitectos, diseñadores y artistas están mudándose a la Escandón, trayendo con ellos nuevas propuestas como galerías o estudios creativos. El atractivo que tiene la Escandón para quienes valoran el arte y la historia es entendible — sus calles están llenas de construcciones de arquitectura neocolonial, Art Decó, funcionalista y más. El edificio Martí, concebido por el arquitecto Francisco Serrano a principios de la década de 1930, es quizás el más emblemático, pero la colonia está llena de un sinfín de construcciones con similar encanto. Basta con caminar sus calles para comenzar a sentir que te cuenta su historia.