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Las ciudades nunca han sido entes inmutables sino que se transforman junto con las nuevas costumbres y valores de la sociedad.
En una entrevista reciente con Citylab, el arquitecto y urbanista danés Jan Gehl—ampliamente reconocido por su rol en convertir a Copenhague en una de las mejores ciudades para habitar en los últimos cincuenta años—respondió a la siguiente pregunta: ¿Qué importancia toman los espacios públicos hoy en día, que la comunicación digital está en ascenso?

Es una pregunta de gran relevancia, dado que cada día se vuelve más fácil vivir en línea. En los últimos años, han surgido incontables aplicaciones móviles que prometen facilitarnos la vida, y en muchas ocasiones eso significa no tener que salir de casa. En ciudades como Nueva York, San Francisco y Chicago se ha visto el éxito de los llamados “restaurantes fantasmas”, lugares que solo ofrecen platillos vía entrega a domicilio, sin espacio para comensales. Por más conveniente que resulten estos modelos digitales, es innegable que también promueven una falta de conexión con la ciudad que habitamos, y las personas que la habitan junto a nosotros.
Por otro lado, las redes sociales nos conectan no sólo con nuestros seres queridos sino con cualquier persona a quien decidamos seguir. Pero justo ahí se encuentra un gran predicamento moderno: Como nunca antes, tenemos la capacidad de crear burbujas cibernéticas para nosotros mismos, en donde elegimos con qué tipo de personas queremos convivir, aunque sea mediante una pantalla.
La expresión metafórica “cámara de eco” describe una situación en la que las creencias de una persona se refuerzan y amplifican gracias a la repetición de los medios que eligen consumir; es decir, si tenemos el poder absoluto de seleccionar a las personas con quienes convivimos cibernéticamente, seleccionaremos a aquellas que piensen como nosotros y así reafirmen nuestros valores sin dar lugar a discusiones o cambios de perspectiva. El problema surge cuando estas cámaras de eco llevan a una mayor polarización social, y es ahí donde volvemos al tema del espacio público.
En la entrevista, Jan Gehl responde a la pregunta sobre la necesidad de espacio público en la era digital diciendo, “siempre escuchas eso, que ahora que tenemos al ciberespacio, no necesitamos espacios públicos. Pero al contrario, la necesidad del espacio público solo ha incrementado,” agregando que “tenemos fuerte evidencia de que cuando creas espacio público y lo haces bien, será utilizado. El homo sapiens es un animal social; nuestro mayor interés son las otras personas. Y lo que ofrece el espacio público es justamente el contacto directo.”
Un espacio público bien hecho es un espacio democrático, en donde convergen personas de distintas edades, capacidades físicas, estratos sociales y más. En esta convivencia se encuentra una clave para la vida social en armonía, donde el otro pasa de ser un ente misterioso a una persona con quien tenemos encuentros constantes, quizá incluso similitudes.
Por ejemplo, Copenhague no es una de las ciudades más habitables solo por su cultura ciclista, aunque eso es quizá el aspecto de su urbanismo que más se resalta. La realidad es que también es una ciudad que se vive y disfruta en sus espacios públicos—los parques en donde te puedes encontrar con amigos para pasar horas comiendo y tomando, o llevar a tus hijos a jugar, o sentarte a leer un libro bajo los árboles.
La era de la información ha traído consigo un sinfín de paradojas—estamos más conectados que nunca y a la vez imperan los choques ideológicos; nunca antes había sido tan sencillo tener acceso a otras culturas, pero seguimos demostrando una falta de empatía hacia personas con experiencias de vida distintas a las nuestras. ¿Cómo sería un mundo en el que nuestras experiencias son absolutamente dictadas por las pantallas que acaparan nuestra atención día a día? ¿Realmente qué tan conveniente resulta para un ciudadano no tener que hacer mucho más que ir de su casa a la oficina?
Es ilógico pensar que los ciudadanos de un lugar elegirán utilizar el espacio público si este no les ofrece algo que mejora sus vidas, por lo cual debemos comenzar a construir espacios atractivos que promuevan la inclusión. Más allá de un ejercicio estético, la arquitectura y el urbanismo tienen la capacidad—y por lo tanto, la responsabilidad—de actuar no sólo como reflejos de la sociedad actual, sino catalizadores de lo que esta sociedad aspira a ser en un futuro.