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Es difícil de creer ahora, pero el vibrante — y costoso — vecindario de SoHo en la parte baja de Manhattan, Nueva York, fue hace no mucho tiempo una de las áreas menos cotizadas de la ciudad. A finales de los sesentas, SoHo (cuyo nombre, por su ubicación geográfica, es la abreviación de la frase “South of Houston Street”), era un área de alto crimen y poca ocupación residencial, debido a que sus imponentes edificios de fachadas de hierro forjado habían pasado de ser ocupados por grandes empresas comerciales a mediados del siglo XIX, a ser utilizados como maquiladoras. No fue hasta que distintos artistas, entre ellos Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat, tomaron un interés por la zona debido a su multitud de amplios lofts con grandes ventanales — perfectos para usarse como estudios y baratos comparados al resto de la ciudad — que comenzó su transformación al barrio exclusivo que es ahora.
En noviembre de 1968, el artista minimalista Donald Judd compró un edificio completo dentro del distrito de SoHo. Con cinco niveles y dos sótanos, 101 Spring Street le costó un total de 68,000 dólares a Judd, quien comenzó un nuevo capítulo en la historia del inmueble al restaurarlo para funcionar tanto como su estudio de arte como la casa que habitaría con su esposa y dos hijos.
“Pensé que el edificio debía ser reparado, pero mantenerse básicamente intacto,” cuenta Judd en un ensayo que escribió acerca del edificio. “Estaba bastante seguro de que cada piso había sido de concepto abierto, ya que no había señales de muros originales, lo cual determinó que cada piso debería tener un sólo propósito: dormir, comer, trabajar.”
Así fue como la fábrica de la calle Spring se convirtió en un ejercicio a gran escala dentro de la carrera minimalista de Donald Judd. Sus muros albergan un piso equipado simplemente con una cocina y gran comedor; otro con arte suyo y de sus colegas, y un espacio de meditación; otro con una pequeña biblioteca y su estudio de arte y, finalmente, el piso superior contiene su habitación: un pequeño baño y closet, un colchón montado sobre una base de madera casi al ras del piso y un sillón vintage. Contado así, el espacio suena tan básico como la guarura de un monje, pero cabe mencionar que si bien el edificio completo está repleto de arte contemporáneo digno de ser envidiado por cualquier museo, la habitación principal presume las piezas más impresionantes, entre ellas una instalación de luces rojas y azules de Dan Flavin que corre por todo el ventanal.
El inmueble es fascinante no sólo por lo que alberga, sino por ser una parte clave de la transformación urbana del Lower East Side de Manhattan. El rumbo que ha tomado SoHo se puede analizar y cuestionar desde distintas perspectivas urbanas, y el caso de 101 Spring Street tiene un valor especial por su capacidad de ofrecer un vistazo a la intención inicial de la zona. Hoy en día, la fundación Judd se ha encargado de mantener intacto el edificio, ofreciendo visitas guiadas a quienes reserven un tour con anticipación.