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Cualquiera que visite Singapur hoy en día se sorprendería de saber que hace apenas medio siglo, la enorme y vibrante metrópolis era una tierra pantanosa y mayormente rural. En 1965, poco después de que el país declarara su independencia, el entonces-primer ministro Lee Kuan Yew juró a sus ciudadanos transformar por completo el territorio en los próximos diez años, una meta tan ambiciosa que muchos voltearon los ojos, pensando que se trataba de las promesas vacías que suelen ofrecer los políticos. Sorprendentemente, el primer ministro cumplió su palabra, abriendo paso a un caso singular en la historia de la planeación urbana.
En tan sólo 720 kilómetros cuadrados, Singapur alberga una población de casi 6 millones, una amplia y envidiable red de transporte público y una miríada de edificios diseñados por algunos de los arquitectos más reconocidos a nivel mundial: Zaha Hadid, Norman Foster, IM Pei y Richard Meier, entre otros. ¿A qué se debe tan impresionante logro? No hay una sola respuesta sino múltiples factores que, trabajando en conjunto, llevaron a la consolidación de una ciudad que, si bien no es perfecta, tiene mucho que enseñarle a otras metrópolis con miles de años de historia. Un motivo del éxito de Singapur que vale la pena resaltar es su fuerte liderazgo y estabilidad política.
A diferencia de otras ciudades, en donde la planeación urbana depende en gran parte de los caprichos y estrategias políticas del gobierno en turno, Singapur apostó desde un inicio por la planeación a largo plazo. Las decisiones fueron claras y sencillas: debido a su pequeño tamaño, las construcciones serían mayormente rascacielos, para evitar que se sintieran desconectados de la naturaleza, incorporaron grandes áreas verdes en la arquitectura, la red de transporte público buscó ser no sólo eficiente y conveniente, sino también respetuosa al medio ambiente y, quizás lo más importante e impresionante, el acceso a la vivienda fue y sigue siendo una prioridad.

Gracias a políticas a favor de la vivienda asequible y subsidiada, más del 90 por ciento de los ciudadanos de Singapur son dueños de sus hogares. Además de evitar la desigualdad social que provoca la falta de acceso a una vivienda digna, esta estrategia ayudó a crear un sentido de comunidad y pertenencia en las personas del país, asegurando que no tuvieran que emigrar en búsqueda de mejores oportunidades.
A pesar de sus virtudes, Singapur ha recibido críticas de distintos planeadores urbanos alrededor del mundo, quienes alegan que demoler sus edificios patrimoniales para reemplazarlos por construcciones contemporáneas fue un error que creó una ciudad estéril y sin memoria. Es una crítica válida; el respeto al patrimonio construido de un lugar es importante, ya que los edificios antiguos cuentan la historia de un pueblo y su cultura. Permiten que las nuevas generaciones comprendan de dónde vienen y, con base en ese conocimiento, decidan hacia dónde quieren ir. La joven nación debería aprender de este error, y asegurar que no se repita en su futuro. Aún así, es innegable que su corta historia está llena de lecciones y ejemplos a seguir para otros, principalmente, como evidencia de lo que se puede lograr cuando se piensa a largo plazo, y se toman decisiones que prioricen el bien común y la justicia social.