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Crédito: Reddit.com 

La historia de la corriente llamada Art Déco comienza en París en 1925, cuando se muestra por primera vez en la Exposition Internationale des Arts Décoratifs et Industriels Modernes. Tomando inspiración del modernismo de la época, el Art Déco buscó encarnar una elegancia novedosa y anti-tradicional que funcionara como un símbolo de la opulencia que caracterizó a la época tras la guerra. En la arquitectura, los edificios de este estilo se caracterizan por volúmenes sencillos con algunos elementos ornamentales en formas geométricas estilizadas que, aunque rara vez eran producidos en serie, reflejaban una admiración hacia la época industrial y las cualidades de diseño inherentes a las máquinas (simetría, repetición y sencillez).

Aunque el Art Déco se originó en Europa, no tardó en llegar a otros rincones del mundo. Hoy en día, ciudades como Mumbai, Shanghai y Melbourne se reconocen por la fuerte presencia del estilo entre sus edificaciones del siglo XX, y la Ciudad de México no se queda atrás. Cuando terminó la Revolución Mexicana alrededor de 1920, la capital del país se encontraba en el proceso de formar una nueva identidad tanto estética como cultural. La arquitectura siempre ha imperado entre las maneras en las que una sociedad crea un sentido de pertenencia con su territorio y una imagen distintiva para quienes la visitan, y aunque un estilo arquitectónico puede venir de fuera, siempre toma una nueva forma al insertarse en otro lugar.

Crédito: eluniversal.com.mx 

En su libro “El Art Déco en Ciudad de México”, la doctora Carolina Magaña explica que “la arquitectura Déco está considerada como la cúspide del diseño arquitectónico nacionalista mexicano, ya que fue la única de entre las cuatro corrientes contemporáneas a él — neocolonial, colonial californiano, movimiento moderno y neo indigenismo — en la que se construyeron diversos tipos de edificación, con elementos formales como vivienda unifamiliar, edificios plurifamiliares, edificios públicos y privados, parques, iglesias, monumentos y elementos urbanos,” agregando que “también formó parte de un proceso tipológico dentro de las principales colonias de la Ciudad de México de 1925 a 1940.”

Tanto en el Centro Histórico como en las colonias Cuauhtémoc, Juárez, Condesa, Roma Norte y Sur se puede apreciar la presencia del Art Déco dentro del tejido urbano. Algunas son estructuras más o menos anónimas; edificios residenciales de cinco o seis pisos, a menudo con un nombre particular escrito en finas letras de acero sobre la puerta principal (Edificio Basurto, Edificio Olga o algo similar). Otras son más icónicas, como el Frontón México y el Monumento a la Revolución en la Plaza de la República, el Foro Lindberg del Parque México o el Edificio Ermita del arquitecto Juan Segura, uno de los primeros “rascacielos” de la ciudad.

En un territorio tan complejo y diverso como el nuestro, muchos se preguntan, ¿por qué vale la pena resguardar el patrimonio de la ciudad? ¿Acaso no sería más sencillo y eficiente construir nuevas estructuras que respondan a las necesidades actuales y reflejen la cultura de hoy? La respuesta es tan compleja como la Ciudad de México misma; por un lado, nos enfrentamos a una multitud de crisis urbanas que acechan a toda la población, pero sobre todo a los sectores más vulnerables y económicamente empobrecidos. Por otro lado, el patrimonio construido es historia tangible, y resguardarlo representa más que un simple ejercicio estético — representa también un respeto hacia la cultura y memoria colectiva. No debemos cometer el error del “borrón y cuenta nueva” cuando se trata de nuestros edificios históricos y patrimoniales, sino encontrar la manera en la que puedan comenzar una nueva vida, siempre en servicio a los estilos de vida contemporáneos, pero con respeto y cuidado al pasado que compartimos.