Apreciar el barrio: La oficina post-pandemia
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Sin duda, una de las reflexiones que nos dejará la pandemia será la enorme importancia de separar nuestro hogar de nuestro espacio de trabajo. Con tan sólo unos meses, muchos de aquellos que antes añoraban la opción del home office al salir apurados de sus casas por las mañanas han encontrado un nuevo sentido de apreciación hacia la oficina. “Me he dado cuenta de cuánto más productivo me sentía tras empezar mi día moviéndome de un lugar a otro, llegando a un espacio diseñado para trabajar”, dijo José Luis Martínez, un diseñador de interiores que vive en la Condesa y, antes de la cuarentena, trabajaba en Polanco. “Extraño tener un sentido de rutina, caminar por la ciudad, compartir el transporte público con otros y, sobre todo, poder colaborar en persona con mis compañeros de trabajo, no sólo por teléfono o videollamada.”
En años recientes se ha visto alrededor del mundo una creciente tendencia hacia lo local — las nuevas generaciones quieren prescindir del coche, y vivir en vecindarios donde encuentren todo lo que necesitan — pero el concepto realmente no es novedoso. En 1961, la escritora y activista Jane Jacobs escribió Muerte y Vida de las Grandes Ciudades, un libro en el cual critica las políticas de planeación urbana que engendraron los suburbios y separaron la esfera pública de la privada en las ciudades. Según Jacobs, las ciudades deberían buscar la densificación, construyéndose a partir de los desarrollos de uso mixto que generen banquetas transitadas a toda hora. Al mezclar espacios residenciales, comerciales, públicos y de trabajo, obtenemos un vecindario próspero, activo y, por lo tanto, seguro.

La premisa de Jacobs es tan lógica como sencilla, sin embargo, hay quienes siguen apostando por los grandes edificios corporativos — estas torres de cristal impersonales y a menudo inaccesibles — incluso cuando sus equipos son relativamente pequeños y bien pudieran trabajar desde edificios de una escala más humana. La realidad es que la calidad de vida no sólo tiene que ver con nuestras vidas privadas; normalmente, la mayoría de los trabajadores pasan la gran parte de sus días entre semana en un espacio de trabajo, y las cualidades espaciales de esos lugares tienen un impacto importante sobre su felicidad y productividad.
En un artículo para The New Yorker titulado How the Coronavirus Will Reshape Architecture, Kyle Chayka escribe: “Los espacios personales necesitan ser lugares que estén conectados virtualmente y sean físicamente enriquecedores — no la limpieza blanca y anónima del modernismo minimalista contemporáneo, sino un recinto texturizado, lleno de recuerdos de que el resto del mundo aún existe, y que las cosas alguna vez fueron normales y quizás puedan serlo de nuevo.” Las oficinas no deben ser herméticas y estériles, sino extensiones de lo que buscamos en una casa: espacios acogedores con luz y ventilación natural, conectadas al vecindario que los rodea.
Los barrios céntricos de la Ciudad de México adoptan cada vez más la mentalidad de Jane Jacobs. En décadas recientes, barrios como la Condesa y la Roma se han activado mediante edificios de uso mixto que cuentan con comercios a nivel de calle y departamentos u oficinas en sus pisos superiores. Este esquema ha demostrado ser tan efectivo para atraer residentes y visitantes que otros vecindarios céntricos están en proceso de replicarlo. “Cuando hablamos de ‘vivir’ en una colonia, normalmente nos referimos al lugar donde está nuestra casa o departamento,” explicó Rodrigo Rivero Borell, de Reurbano, “pero vivir en una colonia es más que dormir en ella. Yo soy tan residente del barrio donde trabajo como del barrio donde duermo.”
Con esto en mente, hay que cuestionar si nuestro lugar de trabajo nos conecta con la ciudad, o si nos aísla de ella. Edificios como Milán 44 o Havre 77 en la Juárez ofrecen espacios de oficina en puntos claves de la colonia, invitando a quienes trabajan ahí a establecer relaciones no sólo con los diversos espacios interiores y exteriores de la oficina, sino con el barrio que la rodea.

Si la pandemia del 2020 nos ha hecho apreciar de una nueva manera la separación entre nuestros hogares y espacios de trabajo, quizás también ha logrado hacernos valorar los vecindarios que nos rodean. “Se ha dado un sentido de reapropiación del espacio público ahora que las personas se quedan en sus propios vecindarios, y crean algo así como pequeños pueblos”, escribe Chayka en el artículo para The New Yorker. “Ves a la gente afuera, y todos se saludan.” Es posible que esto sea uno de los efectos positivos del tiempo en cuarentena — que entendamos la importancia de sentirnos parte no solo de un edificio, sino de un barrio, tanto en la vida como en el trabajo. Jane Jacobs estaría orgullosa.